Llegué a Barajas a las 7 AM, y una hora más tarde estaba en casa. Había dormido algo, la vuelta siempre es un poco rara para dormir, y más aún en estas épocas de cambios horarios estacionales (sumados a los míos por viajar, que tuve cuatro cambios en tres semanas). Una vez en casa me llama Depard y me cuenta que esa entrada del abono del Real que le había dejado yo antes de irme porque no iba a poder usarla, la había cambiado con Josel, que se iba de puen, por lo cual ahí la tenía, toda para mi, de wellcome gift: 4 horas de Wagner para espabilar. Me dije, le dije, eso a mi me interesa mucho, aunque suene raro con tol jet laj, voy a ir, así que a descansar un poco. Me dije voy a redondear las horas que faltan, y me quedé roque algunas horas.
Desperteme un poco Lost, sufriendo un fenómeno que no sé si le pasará a la gente, a mi me inquieta, lo llamaré “Síndrome de la Cigarra”, y consiste en que después de estar en un lugar donde haya cigarras chicharreando, me tiro unos días escuchándolas donde no las hay. En el avión las escuchaba, y en mi casa en Madrid las escuchaba, y es bien de loca, porque cuando siento que las siento las siento super altas, pero si me doy cuenta, me doy cuenta de que no están. Como digo, bien de loca; ya se me está pasando.
Me centré algo con la meditación, y me puse en marcha. Quedé con el Xabi, lo recogí en la motico, y fuimos a la Chueca, un poco de inmersión localista andaba necesitando. Nos pusimos medio al día, hablamos de cosas, sin perder movimiento en derredor; yo me encontraba un poco extraño a nivel indumentaria, ya que iba vestido de ópera, tampoco es que fuera de smoking pero llevaba camisa y chaleco y zapatos de vestir (vegetarianos), y las gentes de esta ciudad que con el buen tiempo salen chancletudas y bermuderas, menudo contraste.
Después me fui a Le Salón a cortarme los pelos que tenía hora, de antes. Muy bien por parte de Manu, como siempre, y al salir que me llama Miguelatos, que, oh casualidad, estaba en la adyacente plaza de Barcelosa con Tugramola, en un banco rollo homelessas. Ná, es que venían del gym y comprar o algo así. Hicimos mini risas, Tugramola se fue al teatro y Miguelatos me acompañó a un chino, que yo necesitaba un Burn para mi Wagner.
Tannhäuser estuvo fenomenal. Mis cabezaditas pegué, lo voy a confesar, pero una cosa buena de los asientos del Real es que no son muy apropiados para el dormir, ló gi co. La puesta es muy elegante, con un escenario complejo de paneles y giratorios y desniveles, muy chulo, y ya en la obertura empieza a desarrollarse lo que vendría a ser lo más impactante de la puesta, que es la ilustración orgiástica del Venusberg. Chulos y macizorras en bolas (bueno, en tetas y tanguillas), practicando todas las poses y combinaciones sexuales amatorias posibles, en pares y en conjuntos. Siendo como es de pacato el público del Real, pensé que habría alguna pataleta, pero por lo menos por mi sector, nada.
Me hizo pensar lo que veía cómo, a través del tiempo, a los pasajes moralistas de las obras alusivos a la lujuria y al deseo que luego son redimidos y/o purgados en pos de la santi y castidad, en las puestas contemporáneas se los ilustra de una forma muy literal y libre y exacerbándolos, que me parece fenomenal, pero consiguen el efecto de que la contrapartida piadosa y casta sea una memez para nada inetresante. Lo que me hizo pensar (bueno, lo pienso de siempre, tampoco es nada novedoso, sólo que algunas obras como ésta lo evidencian más), es si en realidad esto que veo no sería lo que de verdad querían decir los autores y quería ver el público calenturiento, y todo eso de la religiosidad no era más que la excusa para hablar un poco de sexo en unas sociedades reprimidas por la autoridad eclesiástica, eludiendo la censura en un juego de falsa moral. Se debe haber escrito mucho sobre esto, lo mío es una reflexión ingenua y espontánea.
Al salir no encontraba la llave de la moto, y después de volver a mi butaca a ver si se había caído y de pasar por seguridad a ver si la habían dejado, me realicé (me gusta ese anglicismo) de que seguramente la habría dejado en el compartimento de debajo del asiento. Estuve tentado de romperlo, pero lo he cambiado hace poco… Así que en un acto de serenidad y confianza en el devenir, en lugar de romper y/o sufrir y/o deambular desdichado, me vine a casa en metro. Hice bien. No tenía ni idea de si tenía llave de repuesto y menos aún dónde podría estar, pero encontré una en un cajón. No sabía si era, y en lugar de salir ansioso, me preparé una rica cena y cené en calma y con más calma me encasqueté el iPod y me volví en metro al Real para comprobar que era la llave perfecta y dentro estaban las otras y tan ricamente regresé a casa sin haber roto nada.
Cuando ya estaba listo para la descompresión, fui contactado por un asunto que lo mismo no eran horas, pero me dije, para mi cuerpo son cuatro horas menos, así que me lié un poco en plan bien, y muy pronto no me acabé acostando. Por lo cual muy pronto no me acabé levantando tampoco, pero no me quejo; en un rato iré al gym y más tarde a ver “Los abrazos rotos”. Antes intentaré deshacer la maleta y algunas otras actividades domésticas.
Y aunque esto está ya un poco largo, quiero escribir brevemente sobre escribir. Estoy un poco agobiado, por la vida en general y por escribir en este blog en particular. Son asuntos interconectados; es decir, el agobio vital general hace de cada cosa particular un agobio, estoy bantante agobiado por temas laborales que no viene a cuento comentar por aquí, y por algunos asuntos familiares. Esto del blog tiene factores que pueden provocar ansiedad: si actualizo o no, si escribo de verdad sobre algunas cosas que me afectan de verdad, que si voy a ficcionalizar más, si es un mero ejercicio de redacción… Que si pongo el link en Facebook, que si lo lee alguien que no quiero, que si cuento algo que no debo, que para qué me voy a complicar, que si voy a tener lectores, que si me comentan o no… Acabo de volver a Telecine y no sé bien por qué ni sé por cuánto voy a seguir, pero si sé que he decidido, por ejemplo, hacer este post. Y sé que quiero llevar un diario. Quiero este medio de expresión porque lo disfruto de una manera extraña, como es creo cualquier expresión creativa: un poco torturante a veces, medio inevitable, satisfactoria una vez hecha pero difícil de activar en ocasiones. Lo disfruto en su complejidad, pero quiero hacerlo sencillo.
Ese proceso (simplificar lo complejo, disolver la espesura) es muy parecido al proceso para manejar los estados de ánimo difíciles, como la ansiedad o la depresión, la tristeza, la rabia, la euforia. Es enfrentarse a ellos desdramatizando, relativizando, poniéndolos en perspectiva negándome a identificarme con ellos. Poniéndome en mi lugar, que es otro lugar, que no es aquí ni allá ni con unos ni con otros ni haciendo ni dejando de hacer: es algo más profundo, más elevado, más sencillo, más expansivo, más abierto…
Porque escribir y algunas otras actividades es lo que al final me salva y si he descubierto eso no me voy a dejar llevar por las trampas del retorno. Y lo que hay de exposición en todo esto es algo que tendré que valorar e ir viendo; de momento confío en que puede ser interesante para alguien porque lo es para mi, que me ayuda, y que nadie que sea capaz de leerse semejante tocho va a pensar nada muy malo de mi. O si, pero si ya se lo leyó y piensa lo que sea, será con fundamento, ¿no?